Han pasado 14 años y Fortuna Fugaz sigue. Su nuevo y tercer álbum La voz que muere, es quizá uno de sus discos más ambiciosos, donde cuentan con ocho colegas invitados en busca de enriquecer y darle mayor realce a los 11 tracks que lo componen. Un disco que muestra a una banda madura que aprende de sus errores.
Su voz líder, tecladista y compositor principal Adrián Méndez (además mezclador y diseñador gráfico) con suficiente aliciente estructuró las piezas de tal modo que pone en juego toda la maquinaria integrada por el bajista Günter Zavala, los guitarristas Camilo Luin y Rodrigo Maldonado.
La producción inicia con Un digno final. Aquí participa en la guitarra rítmica Tulio Alejandro Cruz y en la guitarra líder Edu Recinos. La pieza comienza con fuerza y con un sintetizador que describe la melodía. Méndez sigue teniendo una voz dúctil apta para el estilo. Llega a falsete. El coro se une para que tenga un sentimiento épico. “Ríe hay que celebrar/ pues dejamos huella/ caminos de honestidad”.
Una gran descarga de voltaje se escucha en El Gran Pecador (por cierto, el concepto pecado solo existe en el cristianismo, no en otras religiones). Esta pieza es un buen ejemplo de power metal, trabajada con matices, fuerza y estilo, con un solo a cargo de Luin.
Llama igual la atención, Ecthelion, con un Fortuna Fugaz contundente, de nuevo Luin en la guitarra principal. Es una pieza brutal, acelerada, que adquiere poderío con el juego de voces. Luin pudo haber sacado más la casta, pero se contuvo, quizá no sintió necesidad de ofrecer guitarrazos rápidos y devastadoras para redondear la pieza.
Otra composición vigorosa es Mi gloria y libertad. El sintetizador abre la pieza y se acerca al acelerón del tema. Tiene un estribillo pegadizo y disfrutable, como también una melodía de fácil escucha. Luin ofrece un solo de guitarra sin ser intenso ni audaz como Cerna, en el segundo solo. Cerna parece ir a cien por hora con precisión y filo.
El álbum cierra con Si existe más allá, una canción que sorprende, porque cuando se esperaba que la banda sin invitado alguno mostrara todo su potencial, se limita a tocar en términos folk acústico. Por cierto, por ratos, la letra no respeta la métrica. Es decir, que a la fuerza el autor quiere incluir unas palabras. En fin, es una pieza políticamente correcta.
Los mejores requintos de la placa los origina Raúl Cerna (como lo demostró en su disco en solitario), Otto Arévalo y Tulio Alejandro Cruz, que quizá no es tan raudo como Cerna, pero coloca bien sus notas.
Las piezas suenan épicas. Al mejor estilo del power metal. Sin embargo, Méndez aclaró: “Fortuna Fugaz es un proyecto sin ataduras a estilos o géneros. En este álbum hay canciones con sensaciones y temáticas diferentes, pero amarradas todas a una especie de nostalgia de melodía, que me gusta creer que nos caracteriza”. Por supuesto, el grupo y en particular él, ya tienen definida su personalidad propia, construida a lo largo de sus conciertos y discografía.
Los argumentos de las letras son sencillas, muchas veces referidos al amor de pareja. Méndez aún posee una voz en buen estado de salud. En cuanto a la base rítmica, participa un bajo real (Zavala) y una batería irreal, es decir, es drum machine. Por lo mismo, para asuntos de grabación no ofrece problemas de sonido, pero a cambio presenta cierta rigidez.
Fortuna Fugaz sigue en su afán de entregar buen rock, muestra sus virtudes, su desarrollada comprensión del estilo, sus destellos de fuerza y el cuidado de guardar su estilo propio, aunque sin mayor innovación. Hay estribillos unos iguales a otros, aun así y amén de sus catorce años, lo que oferta en La voz que muere es atractivo, frenético y honrado.